sábado, 6 de octubre de 2007

EL ALMA, LA MUERTE Y EL MÁS ALLÁ

Preámbulo
El propósito de este trabajo es presentar y analizar, a grandes rasgos, la idea que, a lo largo de la evolución cultural de la humanidad, ha tenido el hombre desde que tuvo la capacidad de razonar y preocuparse del de la religión, del misterio de la muerte y hacerse la pregunta fundamental sobre la existencia de un alma y de si habría otra vida después de la muerte .


Es difícil conocer las ideas que tuvo el hombre primitivo sobre su propia naturaleza, la de su alma y del misterio de la muerte, el que sin duda lo intrigó desde que tuvo capacidad de razonar, Desde un principio concibió la existencia de un espíritu inmaterial e inmortal que seguía viviendo una segunda existencia en el mismo lugar en que había vivido cerca de los hombres, creyéndose que permanecía unida al cuerpo, encerrada con él en la tumba, teniendo las mismas necesidades que el difunto, lo que se tradujo en la costumbre ritual de dejar en ella objetos que suponían podría necesitar en su vida junto al difunto, tales como vestidos, armas y vasijas, además de vino y alimentos, que le servirían en el sepulcro igual como lo habían hecho en vida.

Considerar el alma como una sustancia inmaterial es difícil de aceptar, pues la experiencia, interna o externa, dan base en para creer en su existencia. Sin embargo, y pese a esto, hombre ha mantenido siempre un consentimiento universal sobre la existencia, naturaleza y destino del alma.

Un hecho que lo debe haber llevado a creer en la existencia del alma debe haber sido, seguramente, el fenómeno de la muerte, que para el hombre primitivo es como un sueño eterno; el hombre, muerto o dormido, permanece inmóvil por la ausencia definitiva o temporal del alma. De este modo el sueño y la muerte habrían dado lugar a la admisión de la existencia del alma, como principio que anima al cuerpo, iniciándose nuevas costumbres y apareciendo las primeras culturas en Egipto, Asiria, Caldea, India, China, etc. Ya en los primeros tiempos históricos, en las que basados en esta creencia aparecen nuevos sentimientos religiosos y normas morales de conducta.

Otra concepción bastante generalizada ha sido la que considera el alma como la sustancia inmaterial que anima a todos los seres vivos, y que puede pasar, sucesivamente, a diferentes cuerpos de la misma o diferente especie. Es la idea de la metempsicosis, o reencarnación, aún en boga en el budismo y otras religiones de la India, aunque el mundo occidental la ha abandonado.

El materialismo niega la existencia del alma y afirma que las más elevadas formas del espíritu, y con ellas la conciencia, son meros productos de los fenómenos físicos y fisiológicos: la materia puede llegar a pensar, sin necesidad de suponer en ella, otro principio o realidad.

La muerte y el culto a los muertos
Las creencias en el alma dieron origen al culto de los muertos en todas las culturas de la humanidad hasta el presente ya que, conforme evoluciona, van apareciendo el animismo, primer sentimiento religioso; luego concebirá el tótem y el tabú, y se empezarán a construir los primeros monumentos funerarios y religiosos –mastabas, pirámides y templos monumentales-.

Los egipcios, 40 siglos aC., creían en la inmortalidad del alma. Colocaban bajo el brazo del cadáver en su tumba, el Libro de los Muertos, para que el difunto hiciera la defensa de su vida y de sus obras, para salvarse al ser juzgada ante Osiris.

Los antiguos griegos recogen, al igual que otros pueblos, esta creencia colocando una moneda bajo la lengua de los cadáveres, para pagar su pasaje a Caronte que, en su barquilla, hará atravesar sus almas la Laguna Estigia y las llevará a los Campos Elíseos.

La idea de la muerte y de la destructibilidad del cuerpo después de ésta y que ello el sentimiento de que esto podría no ser el fin de todo dio origen en el hombre primitivo, al culto a los muertos, práctica que se remonta a remotos tiempos prehistóricos, cuando para los primeros seres humanos empezó a tener algún sentido la idea, vaga y rudimentaria, de la existencia de algo inmaterial cuya naturaleza no le debe haber sido fácil imaginar; a lo que más tarde llamarían alma,

Esta creencia fue, seguramente, lo que los impulsó a respetar los cadáveres, suponiendo que el alma acostumbraba morar en la tumba y rondar en torno a su antigua vivienda; creían también que aquella tenía las mismas necesidades que en vida había tenido el difunto, las que debía atender la familia del extinto, so pena de que el alma, que suponían tenía grandes poderes, pudiere atraerles diversos males si no era atendida como correspondía.

Este respeto reverencial hacia los muertos se vería reflejado, primero, en su inhumación en cuevas o en rústicas fosas abiertas en la tierra y, luego, en la construcción de las primeras tumbas y sepulcros, el desarrollo de ritos funerarios y unas no muy claras concepciones sobre la existencia de un más allá -otra vida misteriosa después de la muerte- ideas que evolucionaron a lo largo de milenios, dando origen a distintas concepciones religiosas.

Esto parece haber sido el origen del culto a los muertos, entre cuyos ritos más comunes estaba en proveer al difunto, además de una adecuada sepultura, de comida, bebida, vestidos y otros elementos que requeriría su alma en su fúnebre morada. Estas prácticas, y en especial la creencia sobre la existencia de otra vida después de la muerte, evolucionaron con el paso de los tiempos, hasta convertirse en cultos que dieron origen, progresivamente, a distintas creencias religiosas, sin desaparecer hasta el día de hoy, en que la mayor parte de la gente cree que el alma de los difuntos, o su espíritu, sigue viviendo eternamente.

Con el transcurso de los siglos y hasta nuestros días, el culto a los muertos permanece y se le encuentra asociado en especial a las religiones e instituciones sociales, siendo objeto de ritos y ceremonias a veces de gran complejidad y pompa. Esto se puede apreciar en la actualidad en las ceremonias funerarias con que se sepultan los difuntos según los ritos establecidos por las diferentes religiones y sectas religiosas, en las que participa un número importante de deudos y amigos del extinto, los que luego acompañan a la urna funeraria hasta el camposanto.

Este culto llega a tener su más alta expresión durante la Edad Antigua, ya
en la época histórica, en las grandes civilizaciones que se desarrollaron en los valles del río Nilo, en Africa, y de los ríos Éufrates y Tigris en Mesopotamia.

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Sepulcros y sepulturas
En Europa Occidental, durante el segundo milenio AC se practica, por primera vez, la incineración de los cadáveres siendo interesante mencionar los hallazgos en Europa Central, en Aunjetitz, (Bohemia septentrional) y las llamadas tumbas reales de Leubingen (Sajonia); en que estos sepulcros, sus grandes estructuras de madera, así como las tumbas de piedra en Schringsberge (Helmsdorg), adquieren notable importancia para la historia de la arquitectura, ya que permiten conclusiones trascendentes sobre la técnica constructiva de aquella época, tan desarrollada que incluso se conocía ya la verdadera bóveda. En general, las regiones de Europa Central muestran un cuadro cultural bastante homogéneo durante la edad media del bronce, llamadas también tumbas con túmulos; a finales de dicha edad, durante el período de las necrópolis con urnas, la vida de estos lugares experimenta una profunda transformación debida, acaso, a la aparición de un nuevo pueblo agrícola que irrumpe en Europa, de origen desconocido, pero procedente del sudeste.

En Italia, el neolítico, que se desarrolló sin solución de continuidad desde el período anterior a la piedra pulimentada, integra tres ciclos culturales: el suralpino, el itálico y el siciliano. El rito sepulcral en ellos fue siempre la inhumación o entierro. En Sicilia, las épocas del neolítico y del bronce están representadas por poblados y cámaras sepulcrales excavados en la roca blanca, en los que se han encontrado huellas de una primera cerámica pintada, unos pocos objetos de bronce y muchos útiles de piedra que pertenecen al tercer milenio AC y que coinciden con los períodos del minoico primitivo de Creta y las primeras ciudades troyanas

En la isla de Chipre, en el Mediterráneo oriental, llamada también la “isla del cobre” por la abundancia que en ella había de este metal, las tumbas consistían en excavaciones rectangulares alargadas, en las que los cadáveres se colocaban extendidos en el suelo, cubiertos por una losa horizontal, o bien, en una excavación lateral cerrada por un bloque vertical; las más antiguas contenían ofrendas metálicas consistentes en objetos de cobre puro, al que pronto se agregó una débil cantidad de estaño obteniéndose un bronce que, por mucho tiempo, fue mejor que las aleaciones usadas en los bronces europeos.

Las ofrendas de cerámica depositadas en las sepulturas, consistían en curiosas piezas tales como vasos, dobles y triples, jarros con la boca en forma de picos de animales, fusayolas , parecidas a las troyanas y de muchos otros tipos. También hubo un período micénico en Chipre, tan rico en objetos de oro que sólo fue superado por los hallazgos en la propia Micenas; gracias a los objetos de importación procedentes de Grecia, pudo formarse en Chipre una escuela local greco-micénico-chipriota, que recibió también influencias egipcias y mesopotámicas.

Otra isla del Mediterráneo, la de Creta, en el hecho formó un mundo aparte, y en el archipiélago egeo, floreció una espléndida civilización llamada cultura cicládica o de las islas Cícladas, aproximadamente entre los años 3000 al 1700 AC. En las sepulturas cicládicas se han encontrado diversos tipos de ajuares funerarios: armas y útiles de bronce, obsidiana, adornos y objetos de plata y plomo, cerámica y vasos e ídolos de mármol.

En estas islas aparece un material nuevo, el mármol, de gran calidad y abundancia en Grecia, que constituirá un elemento insustituible y eterno para las creaciones artísticas del género humano. El tema principal de estos primitivos trabajos en mármol fue la figura femenina desnuda cuya presencia, en calidad de ofrenda en las sepulturas, se debía, en opinión de muchos entendidos, a la primitiva idea de la “esposa funeraria”, o sea, la de sacrificar a la mujer en el sepulcro del marido, práctica usual en muchos pueblos orientales, la que aún estuvo en boga hasta un pasado relativamente reciente, en países como la India.



El culto a los muertos en Egipto
En Africa, durante el neolítico, las sepulturas encontradas, por lo general colectivas, son fosas abiertas en la tierra, en las que aparecen los esqueletos encogidos y descansando sobre el costado izquierdo, con la cabeza vuelta hacia el sur y, en torno suyo, se encuentran las vasijas con provisiones para la otra vida, instrumentos de piedra y una gran variedad de objetos. Desde un punto de vista cultural, se solía considerar al mundo africano como un continente totalmente aislado de los demás, lo que no es así en absoluto. Seis o siete milenios antes de la era cristiana, los africanos prehistóricos ya apacentaban cabras y corderos y, más tarde, ganado bovino, desarrollándose así las primeras culturas y poblados con carácter permanente a lo largo de los grandes ríos, como fue el caso de Egipto y el Nilo.

Es de destacar que los primitivos egipcios, ya en los tiempos históricos, superaron a todos los pueblos contemporáneos en lo que se refiere al culto a sus muertos. Influidos por sus creencias religiosas erigieron a sus difuntos tumbas en las que apenas se percibe el paso del tiempo los que, en su deseo de conservar sus cuerpos, descubrieron hace más de 6.000 años el arte de embalsamar; además, para protegerlos de los peligros del viaje al más allá, protegían el cadáver con amuletos. Por último, se conducía el cadáver a su última morada, acompañado de los cantos fúnebres de su familia y de plañideras.

De acuerdo con sus creencias, el muerto debía comparecer ante el tribunal del dios Osiris para declararse inocente de pecados y conocer lo que sería su vida futura. En esta creencia se encuentra el primer antecedente de que el destino de los difuntos depende de su conducta en la Tierra. Siglos más tarde, esta noción de la responsabilidad personal del hombre por sus actos durante su vida, aún sería desconocida por otros pueblos, como los babilonios y asirios para los que, tanto justos como pecadores, descendían al sombrío reino de los muertos.

Los que pasaban con éxito la prueba del tribunal de Osiris tenían derecho a la vida eterna, aunque seguían amenazados por ciertos peligros, de los que tenían que defenderse con fórmulas mágicas que se escribían en el sarcófago y en las paredes de las tumbas. Con el tiempo, ellas fueron recopiladas en lo que se llamó El Libro de los Muertos, que se colocaba en la tumba, junto al difunto. Además, para que éste pudiera tener una vida agradable en el más allá, dejaban en su tumba tinajas de pan y vino y otros víveres y, para contribuir a la comodidad material del desaparecido, se decoraban las paredes de la tumba con pinturas y frisos esculpidos representando escenas que al parecer, según se creía, se convertirían en realidad en el otro mundo.
Gracias al respeto de los egipcios por lo antiguo El Libro de los Muertos se convirtió, poco a poco, en un espejo que refleja todas las etapas por las que pasó la religión egipcia, desde la época en que el pueblo era aún muy primitivo, hasta que el poder de os faraones comenzó a declinar. Para que el egipcio distinguido, después de su muerte, no se viera obligado a trabajar, se colocaban en su tumba figurillas de madera representando diversos oficios y animales domésticos, así como modelos reducidos de casas y embarcaciones, rodeándose al difunto de un mundo artificial, que representaba lo que era la vida cotidiana del antiguo Egipto.
Los egipcios no reconocían la igualdad ante la muerte. No sólo existía una diferencia social, sino también religiosa entre el rico, al abrigo de su tumba, protegido contra los chacales y demás alimañas del desierto, y el pobre, que no tenía dinero para embalsamar su cuerpo. Los restos de este último, enterrados sin sarcófago a un metro bajo las arenas del desierto, pronto eran víctimas del paso del tiempo y no podían, por tanto, participar de la felicidad del más allá. Los menos acomodados trabajaban con ahínco para reunir el dinero que les permitiera tener unos funerales adecuados o para reservarse, al menos, un lugar en las tumbas colectivas que emprendedores contratistas hacían excavar en las rocas.
La época de las grandes construcciones comenzó hacia 2.700 AC con la II Dinastía, Las tumbas reales más antiguas no fueron más que profundas zanjas excavadas en el suelo, cuyas paredes se reforzaban con adobes, lo que les daba el aspecto de grutas con muros de mampostería. Ya en esa época se construían las mastabas, monumentos en forma de cajas con sus lados ligeramente inclinados hacia el interior. Podían alcanzar hasta cincuenta metros de longitud y contener unas treinta habitaciones, entre las cuales había una capilla para que los sacerdotes ofrecieran sus presentes al difunto y los parientes y amigos depositaran los alimentos a él destinados.
Más tarde las mastabas se convirtieron en tumbas reales de dimensiones mucho más grandes, como fueron las pirámides consideradas las mayores construcciones del mundo, salvo la Muralla China. Las pirámides, de las que subsisten hasta hoy unas ochenta, son consideradas como una de las maravillas del mundo antiguo. Las más grandes e impresionantes se levantan en las cercanías de El Cairo, siendo la mayor y más famosa la que construyó el faraón Keops hace más de cinco mil años Ellas, así como las mastabas, se destinaban a tumbas reales. Los faraones las construían, en primer lugar, para ellos mismos y luego para sus parientes más próximos a quienes querían honrar.
Cerca del lado oriental de la pirámide de Keops se levantan tres pequeñas pirámides destinadas a los miembros de su familia. Algo similar existe cerca de la pirámide de Micerino. Dado que las pirámides tenían que ser “moradas eternas”, fueron construidas, al igual que los templos, con materiales más resistentes que los que usaban para construir los palacios reales, que solo servían durante la vida del rey. Para estos bastaban los simples adobes. Por esta razón Egipto es considerado el país de los templos y las tumbas.
En el transcurso del tiempo, unos treinta faraones de entre los más grandes que rigieron en Egipto, fueron sepultados en el Valle de los Reyes, lejos del ruido del mundo, dando origen, a lo largo de los cincuenta kilómetros que separan a Gizeh de Menfis, a una Ciudad de los Muertos que no tiene parangón en ninguna otra parte del mundo.
Hoy no quedan más que las tumbas de los faraones Amenofis II y Tutankamón y algunas otras que escaparon al pillaje de los saqueadores. Para ellos la prohibición de acercarse a las cámaras funerarias era letra muerta, lo mismo que las amenazas grabadas en los muros de las tumbas, dirigidas a los audaces que se atrevían a violar la morada del difunto: Le capturaré como a un pájaro salvaje, y deberá responder de su fechoría delante de dios inmenso, decían leyendas amenazantes grabadas en las paredes del se sepulcro. Se aprecia, en todo caso, que no siempre hubo un culto casi religioso por los difuntos, ya que para los violadores y ladrones de tumbas fue de mayor importancia la perspectiva de hacerse con las joyas y otras especies de valor que colocaban en las tumbas sus parientes y el pueblo cuando de faraones se trataba, que el culto debido a los muertos.

Algunas consideraciones finales
De lo expuesto se puede apreciar que el culto a los muertos durante la prehistoria y. luego, durante las grandes civilizaciones históricas en la Edad Antigua, como fue en Egipto en los tiempos faraónicos, estuvo constituido por un conjunto de creencias y prácticas muy similares y relativamente comunes.

Santiago, octubre de 2005

1 comentario:

Joaquín Andrés Muñoz Ayarza dijo...

Siendo un 18 de Julio del año 2020, y en plenos tiempos de Pandemia, nació mi Madre Ximena Ayarza Armazan. Esto desde el año 1963. Ella cumple 57 años de edad y si, más lúcida que yo.

Doy fe como nieto del autor, que todo lo expresado en este blog es de propiedad de la sucesión de Don Hernán Ayarza Elorza y queda sujeto a todos los derechos de publicaciones intelectuales (bienes intelectuales) del Código Civil de Bello, en base a la legislación de propiedad intelectual e industrial correspondiente.

Firma: Joaquín Andrés Muñoz Ayarza
Heredero por derecho de transmisión (representación) del difunto y de su aún animada viuda mi abuela Silvia Armazán(Almazán). Ella es heredera en primer grado de todos los derechos transmisibles incluyendo, naturalmente el “blog” o diario de mi Abuelo.

#obcit #lucrocesante